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“En el puesto de los boludos, yo fui el más vivo”, se enorgullecía Hugo Gatti, muchos años después de su retiro. Representante por antonomasia de la excentricidad y la particularidad que, frecuentemente, definen al puesto más tormentoso del fútbol, hasta el eterno y afamado “Loco” reconoce el flagelo que supone ser arquero. El gran aguafiestas, según Eduardo Galeano (El arquero, Fútbol a Sol y Sombra), condenado a ahogar la fabulosa felicidad que baña el grito de gol, destinado a ser encontrado responsable de casi todos los fracasos y casi ninguna de las victorias. Sabedor de que cualquier mínimo error puede ser definitivo, confinado al aislamiento perpetuo de la portería, siempre cerca del maltrato de la popular y lejos del antropomórfico abrazo de celebración de sus compañeros. Con una vestimenta diferente y con un reglamento diferente, el guarda-metas observa, piensa, siente y vive cada entrenamiento y cada partido de una forma radicalmente disímil a la de todos los jugadores de campo, y esta incomprensión por parte del mundo exterior desemboca muy a menudo en dificultades psicológicas que no esquivan a la alta competencia. Desde pequeños traumas juveniles hasta casos de suicidio, todos atravesados por un desgarrador denominador común: la soledad.

                El desconsuelo de la posición data desde la creación del Fútbol, pero su primer caso resonante fue una de las tantas secuelas del histórico “Maracanazo”. Aquel recordado 16 de Julio de 1950, mientras el favoritismo arrollador de Brasil se veía despedazado por los guerreros uruguayos que levantaron la Copa del Mundo en campo enemigo, un hombre empezó a cargar con el odio despiadado de 200.000 enardecidos fanáticos locales; un odio que lo relegaría al olvido y lo acompañaría hasta el últimos de sus días, convirtiéndolo en el mayor anatema de la verde-amarela. Moacir Barbosa fue el nombre del cancerbero perdido en el tiempo que llegara a ser considerado el mejor del mundo y que, por un error en el empate charrúa (desatendió una de las reglas de oro de los 3 palos, descuidando el primer palo, y dejando abierta la oportunidad que Alcides Ghiggia aprovecharía para empardar el marcador), transmutó en depositario de la frustración y el rencor de un pueblo que hasta el día de hoy no consigue borrar la amargura de la mayor catástrofe deportiva de su historia. Luego de su infortunio, Barbosa nunca pudo recuperar la grandeza que lo precedía dentro de la cancha; afuera del verde césped llegó a ser símbolo de la “mufa”, hasta el punto de que Mario Zagallo, DT del Brasil Campeón Mundial del 1994, le prohibió terminantemente la entrada a la concentración para saludar al plantel. Moacir siguió siendo reconocido como el mayor responsable de la “tragedia” brasileña hasta su muerte en el 2000, sumido en la soledad y la pobreza.


                La desconsiderada condena social, a veces reducida a un simple condimento del “folclore deportivo”, no es el peor resultado posible de la montaña rusa que inunda la vida del arquero. Hace apenas algo más de 4 años que el mundo de Fútbol se vio shockeado por el suicidio del talentoso portero alemán, Robert Enke. A pesar de la participación insoslayable del condicionamiento genético y las complicaciones psicológicas originadas en la infancia, la devastadora historia de “Enkus” establece sin lugar a discusión que la presión desbordante del puesto fue el catalizador primario de sus síntomas. Dueño de un temple de acero y una personalidad confiable, el hombre que se inició en el FC Carl Zeiss Jena tuvo su primer episodio de aislamiento al encerrarse en su casa por una semana luego de cometer un error que le costó la derrota a su equipo. Los ataques de terror y pozos depresivos que empezaron a volverse crónicos en su vida fueron siempre atribuidos a las dificultades inherentes del deporte profesional y el tratamiento psiquiátrico lo ayudó a sobrellevar una situación que se agravó con el pasar de los años. Superando el fallecimiento de su hija de 2 años en 2006, en sus temporadas de brillo y fama Enke llegó a ser arquero titular de la Selección Alemana e ídolo en Tenerife y Hannover. Con el Mundial de Sudáfrica 2010 en el horizonte, el pánico escénico volvió a apoderarse de la autoestima del teutón, que comenzó a tener pensamientos suicidas por primera vez en una concentración con su Selección. Los síntomas afloraron nuevamente, esta vez con ímpetu irrefrenable, y el 10 de Noviembre del 2009 Enke terminó con su vida en las vías del tren.

Darío Kullock, en colaboración con Pablo Colmegna
@Turbox376

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