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Corría el año 1952 cuando un inquieto y audaz rosarino llamado Ernesto Guevara 
 recorría Sudamérica en motocicleta, junto a su inseparable amigo Alberto Granado. Compañeros desde 1942, partieron de Argentina en la Norton 500 cc. de Alberto, apodada “La Poderosa” y una vez llegados a Chile debieron seguir su periplo en barco.

Ernesto Guevara de la Serna y su amigo bajaron de una balsita bautizada como Mambo-Tango por las monjitas del leprosario San Pablo. Acababan de llegar a la colombiana ciudad de Leticia con poco dinero y hambre. Y tuvo que recurrir a su natural encanto para conseguir mantenerse hasta que viajaran a Bogotá. Al menos, así lo cuenta él en sus diarios. Para cuando llegaron al pueblo colombiano de Leticia, Ernesto ya no era “Fuser”, por el “furibundo Serna”, como era su apodo de jugador de rugby, deporte que debió dejar por el asma que lo aquejó desde niño. A lo mucho, le decían “El argentino”, y creían en él con la devoción con la que se cree en una estrella de tierras lejanas. Para nadie era el “Che”, todavía.

Como la intención de Ernesto y Alberto era seguir viaje rumbo a Bogotá, y ese traslado aéreo les salía unos 1.500 pesos de esos años, buscaron trabajo en la pequeña ciudad. Y gracias a la fama de grandes futbolistas argentinos de esa época, como Adolfo Pedernera o el gran Alfredo Di Stéfano, por ese entonces jugador del Millonarios, consiguieron que les den empleo ¡Como directores técnicos! Trabajo que llevaron adelante por quince días, ya que el vuelo era cada dos semanas.

El Independiente Sporting Club era el equipo más débil de toda la región. Cuando los pobladores vieron llegar a Guevara y Granados, alucinaron de inmediato con la posibilidad de grandes triunfos de la mano de estos dos argentinos. Hasta bautizaron a Granado como “Pedernerita”.

 “Al principio pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo considerado más débil llegó al campeonato relámpago organizado, fue finalista y perdió esa instancia final por penales”, contó el “Che” en una carta a su madre escrita desde Bogotá, donde deja constancia de haber sido el arquero de aquel club. “Yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”.

Ya una vez en Bogotá, ambos lograron conocer a Alfredo Di Stéfano, quién les consiguió las entradas para ver un partido de Millonarios, en donde militaba la “Saeta Rubia”, del cual Ernesto Guevara era admirador incondicional. Cuentan que fue Julián Córdoba, un estudiante de medicina que sabía dónde hallar al ídolo, que habría sido quien propició el encuentro entre dos de los argentinos más famosos en el mundo.

Otro legado futbolístico del Che llegó en 1963, ya en Santiago de Cuba, como bien recordó su amigo Granado en sus escritos, el Che ya Ministro de Industria de la revolución, participó de un partido. Según relató Granado, "cuando Ernesto estaba en el arco, era arquero. Enfrentamos al equipo de fútbol de la universidad, que era entrenado por Arias, un español. Arias recibió la pelota y avanzó, pero el Che salió del arco, se le vino encima y le dio un revolcón".Nadie pensaba que el ministro se iba a tirar a los pies por una pelota. Pero él era así. 

Antes de convertirse en un mito, el comandante de la revolución cubana era un pibe que se llamó Ernesto. Que era hincha de Rosario Centraly que, de cuando en cuando, fue técnico y arquero.



Por Luis Burgos; 
@chichongo

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