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 Minuto 56 en el estadio Waldstadion (Frankfurt, Alemania) la pelota estaba quieta sobre la banda izquierda a la altura de tres cuartos del ataque francés, Cafú había tomado levemente del hombro a Maluda cuando este protegía de espaldas un balón recibido tras previa prolongación vertical de Abidal, Luis Medina Cantalejo sancionó aquel roce como falta y el juego estaba detenido.

El árbitro español que dirigía aquel encuentro había arribado al Mundial del 2006 como sustituto de su compatriota Manuel Enrique Mejuto González, a quien la FIFA había bajado el pulgar por considerar que su forma física no era la apropiada. La Federación Española de Fútbol buscó un reemplazante y pensó en el árbitro andaluz, fue entonces cuando a Medina Cantalejo le sonó el móvil, tal vez el llamado lo sorprendió dando un paseo por Sevilla, su ciudad natal. Quizás haya soltado un “¡¿estáis de coña?!”  y probablemente no haya podido ocultar la mueca de felicidad en su rostro, la alegría lo desbordaba. Al colgar no dudó en compartirlo con su familia, por primera vez en su carrera arbitraría una Copa del Mundo y esto merecía una celebración. 


Habían pasado poco más de diez minutos de las dieciséis en Frankfurt y la pelota reposaba sobre el césped esperando recibir otro golpe, Brasil se disponía a defender dentro de su área un balón que llegaría desde la izquierda. Luego de penalizar al lateral derecho delScratch, Medina Cantalejo se situó en el punto que indica el manual; a 10 metros de donde se ejecutaría la falta, en línea recta, dentro del campo y mirando el área. A penas un minuto antes de señalar el foul, en el centro de la cancha, vio delante de sus ojos como Zidane desanudaba la presión que le impuso Ronaldo con un exquisito sombrero. El balón no alcanzaría a tocar el piso porqué el 10 de le Bleu lo impulsaría de cabeza en dirección del carril izquierdo, donde lo recogería Abidal.  Mucho antes de ver una nueva obra de arte de Zizou, Medina Cantalejo había arbitrado tres partidos en ese Mundial, dos de fase de grupos y uno en octavos de final, este último desató durísimas críticas al papel que había realizado; Italia y Australia se veían las caras en la primera fase de eliminación directa, en un encuentro de lo más italiano, sin goles hasta aquella jugada de Grosso en tiempo de descuento. El 3 de Italia forcejeó sobre la banda izquierda un balón con el lateral derecho australiano, al conseguir superarlo se internó trastabillando en el área, el primer central australiano llegaba de frente al cruce y se arrojó al suelo con sus piernas de costado para impedir que el esférico siga su curso, Grosso intentó sortearlo, recortó con la zurda pero al hacerlo entendió que sería mas fructífero desmoronarse aunque no recibiese ni un mísero roce por parte del  número 2, arriesgó el italiano y el árbitro español, que se encontraba a escasos metros, no vaciló; compró el invento otorgándole la llave de cuartos al país trasalpino.

Francia gozaba de un balón parado pegado a la línea lateral a unos treinta y cinco metros de distancia de la portería defendida por Dida, en Río de Janeiro la torcida brasileña se disponía a almorzar sin quitarle ojo al televisor, era la una y diez  y a más de doce mil kilómetros de distancia Brasil buscaba salir airoso de un nuevo ataque francés, Zidane se arrimó al lugar de los hechos, inclinó su cuerpo hacia delante extendiendo sus dos brazos, sus manos tomaron el esférico haciéndolo girar hacia atrás mientras sus ojos buscaban elpico de la pelota. Dio con él y lo situó enfilando el arco de Dida, encontrada la postura del balón lo dejó suavemente sobre el césped,  retrocedió tres pasos a la vez que iba observando los desplazamientos de sus compañeros dentro del área, la pelota fijaba su vista amenazando al meta rival.

En la fase de grupos de aquel Mundial Zizou no quedó al margen de la reprobación que recibió su Selección por parte de la prensa francesa, el equipo de Raymond Domenech no había dado buenas sensaciones hasta entonces pero se repuso con una contundente victoria por 3 a 1 frente a España en octavos, en aquel partido el 10 galo le sacó los colores a La Roja con una de sus típicas producciones. Zizou se retiró luego de aquella Copa del Mundo, vistió la casaca nacional en 108 ocasiones y convirtió 31 tantos, fue sin dudas, con Thierry Henry, uno de los mejores jugadores franceses de los últimos veinte años, lustros de una generación que se llenó de gloria.  Henry también era titular en aquel partido como lo fue en casi todos los que su físico se lo permitía, dueño de una técnica refinada jugaba por delante de Zidane, lo hizo solitariamente aunque él prefería un centro delantero como Trezeguet para fijar a los centrales rivales y darle mayor libertad a su juego. Con o sin 9 definido, Henry jugó 123 partidos desde 1997 con le Bleu viendo puerta en 77 ocasiones, en pocas palabras; se hinchó a hacer goles. A nivel Selección poco les quedaba por hacer a los dos, ambos habían ganado ya un Mundial y una Euro, los dos supieron capitanear a la nacional francesa sacando adelante muchísimos partidos. 



Zidane había tomado carrera, se detuvo y examinó el área una vez más, vio a expertos del juego aéreo como Lilian Thuram y Patrick Vieira preparados, se percató de la altura de los brasileños Lucio y Juan, supuso entonces que el negocio no estaría tanto en un balón bombeado, debía ser preciso en su tiro y fue ahí que advirtió a su compañero del Real Madrid y rival aquella tarde, Roberto Carlos, a más distancia de la debida del jugador al cual tenía que marcar, también se habrá preguntado que hacía el experimentado lateral izquierdo de Brasil agachado, acomodándose las medias como si estuviese exhausto, justo él que era incombustible en eso de subir y bajar la banda. Pero Zizou habrá entendido que los años pasan para todos y entonces volvió a discurrir en su retiro, mientras tanto la instantánea le seguía ofreciendo la brega de Thuram, Vieira y compañía con los defensas de Brasil, a Roberto Carlos parado sobre la línea del área 18 con las manos en las rodillas y su marcaje totalmente perdido, la foto en su cabeza revelaba con dificultad que el jugador que había abandonado el número 6 del Scratch en el segundo palo era Henry, había muchas piernas de por medio pero creyó que se trataba de él. Zidane recordó todos los festejos con el número 12 de Francia, se dejó invadir por los momentos compartidos. Como si estuviese relajado en el salón de su casa degustando unMacallan; recapituló en los viajes, los entrenamientos, las comidas, los diálogos, las risas y las discusiones, entre tantas figuraciones emergió la frase que Thierry le había dicho, medio en broma, de camino a la sede en el mes de preparación previo al inicio de Alemania 2006 “A ver si antes de que cuelgues las botas convierto con una de tus asistencias”.  Parecía mentira pero en las 76 dianas que Henry rentaba no había ninguna a pase de Zizou, nunca estos dos monstruos se habían dado tan simple homenaje.
En aquella pelota parada del 1 de julio del 2006 Zidane le entregaría al fútbol una nueva ofrenda, ya no quería mirar más a Roberto Carlos por si espabilaba, tampoco necesitaba seguir a Henry a través  de la cortina de jugadores, aunque su apariencia de monje declaraba sosiego por dentro lo comía la ansiedad; quería ejecutar ya la falta. Miró fijamente al árbitro esperando su señal, descifró que la jugada terminaría en gol si el balón llegaba limpio a Henry,  Medina Cantalejo se llevó el silbato a la boca, buscó con la vista al 10 francés para darle la orden, los dos cruzaron una ligera mirada. En toda su sabiduría futbolística Zidane nunca imaginó que el hombre del que esperaba la indicación para darle por fin una asistencia de gol a Henry y abrirle al país galo las puertas de las semifinales sería el mismo que una semana más tarde se la jugaría. Zizou no supo en ese momento que el referí sevillano de aquel partido de cuartos de final, que había cobrado una tímida infracción de Cafu sobre Maluda, él mismo que en la fase anterior le regalaba a Italia la pena máxima definitiva, sería el cuarto árbitro de la final. Medina Cantalejo llenaba sus pulmones de aire para expelerlo por la pequeña abertura plástica del pito, en ese instante no recordó el error que cometió en su partido anterior, buscaba seguir haciéndolo bien ese día, él tampoco conocía su destino. Si bien había fantaseado varias veces con dirigir la final desconocía el hecho de que sería uno de los asistentes en el transcendental y categórico partido, mucho menos pudo proyectar que divisaría lo que Horacio Elizondo y sus dos líneas se perderían por completo,  menos aún el hecho de que al ver la agresión de Zidane a Marco Materazzi desde fuera del campo llamaría al árbitro argentino para atestiguarle lo ocurrido y  que este tome cartas en el asunto. Una roja indiscutible que ni las cámaras captarían en primera instancia, una expulsión justificada que salvo los protagonistas nadie vería fehacientemente exceptuando al cuarto árbitro, sería un giro dramático y sustancial en aquella final. 

Antes, mucho antes que todo eso suceda un tiro libre esperaba ser ejecutado; Medina Cantalejo dio finalmente la orden y Zinedine Zidane golpeó el balón, su envío sobrepasó  el vuelo de Thuram y Lucio, también el intento de Vieira por alcanzar a cabecearlo mientras se desprendía de su marca, descolocó a Ze Roberto que giraba en busca de Maluda y rebasó a Ronaldo que defendía el primer palo. Roberto Carlos no salió de su letargo a tiempo, sin embargo sí lo hizo para contemplar el planeo bajo de Thierry Henry y su acrobático golpeo que enviaba el balón al fondo de la red. El 6 de Brasil presenció como nadie la primera asistencia de su compañero merengue al delantero del Arsenal, incluso antes que Dida, que en el intento de impedir que el balón entre a portería, se había estrellado contra el palo.  

Posiblemente, en el instante de los abrazos y festejos por el gol conseguido,  Zizou le confesaría  a Henry haber recordado su reclamo, probablemente el 12 galo haya sonreído al escucharlo y sólo repetiría  “Gracias, gracias…”. Quizás en ese momento en un hogar cualquiera de Río alguien se atragantaba con el primer bocado de su comida, y en San Pablo más de uno quedaba inapetente al ver a Henry marcar el terminante gol francés, seguramente en Paris la gente salía a los balcones a gritar el tanto y en Marsella personas antes desconocidas se abrazarían como amigos en el bar Brasserie, ahí, justo frente al puerto. Roberto Carlos lamentaría su crítico descuido, y pasado el Mundial, Zidane lo consolaría en Madrid. 


Aquel 1 de julio en Alemania 2006 Zidane escribió una nueva proeza en la historia del deporte más hermoso del mundo, Henry la firmaba, a pie de página, con un gol. Juntos marchaban al centro del campo sabiendo que habían saldado una cuenta pendiente. En ese momento Henry no imaginó que no volvería a anotar en esa Copa del Mundo, Zizou ni siquiera pensó que aquella deuda saldada sería la última asistencia de su carrera.

Próximo a los dos viejos rockeros caminaba Medina Cantalejo, aquella tarde en Frankfurt el juez los escoltaba a la mitad de cancha para reanudar el partido, sin saber, que una semana más tarde sería delator y verdugo. 


Escrito por: Lucas Rivelli

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