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En el día de ayer, el fútbol nos demostró, una vez más, que es el mejor deporte del mundo. Porque no existe la lógica, porque jamás se sabe cuál puede ser el final. Porque existen millones de análisis, de tácticas, formulas, jugadas, combinaciones, estrategias, y todas ellas son válidas, pero ninguna asegura el éxito. 
El fútbol es capaz de dar un giro de 180° en apenas unos segundos. Es capaz de hacernos disfrutar, sufrir, emocionarnos. Por eso a veces se habla del fútbol como “algo más que un deporte”.

En el día de ayer, Borussia Dortmund, el elegante equipo alemán que supo quitarle el trono de campeón por dos años consecutivos al Bayern Munich, recibía al silencioso, trabajador y humilde Málaga. El encuentro, correspondiente al partido de vuelta de los cuartos de final de la Champions League, se destacaba, a diferencia de otros, por contar con una serie abierta. El 0-0 en el partido de ida dejaba en claro que cualquiera podía salir victorioso. Quizás la localía y el juego ofensivo mostrado en jornadas anteriores, eran factores que hacían parecer favorito al Dortmund. Pero, esto es fútbol. Un gol tempranero del Málaga podía plantear un giro en la llave, ya que el conjunto alemán debería convertir dos goles para clasificar a las Semifinales.

Y así sucedió. El Málaga anuló las distintas variantes ofensivas del local, y cuando mediaba la primera parte, se puso en ventaja y llenó de dudas al vistoso Borussia, que se veía obligado a pisar el acelerador para convertir dos goles. El objetivo, estaba en partes cumplido. Solo había que seguir defendiendo de la misma manera y con la misma intensidad. No obstante, los alemanes, tercos, siempre con su enorme espíritu ganador, llegaron al empate luego de una gran jugada colectiva, que inclusive contó con una fenomenal asistencia de taco.
En los números, era empate y todo volvía a ser como antes. Pero el gol en condición de visitante del Málaga, le daba una ventaja extra a los dirigidos por Manuel Pellegrini. Ese resultado, les servía. 

Hay miles de conjeturas sobre cuál es la estrategia ideal en situaciones como esas, en las que el resultado acompaña, pero por un margen muy estrecho. Seguir atacando para sentenciar la historia, es una de las opciones. La otra, es resignar la parte ofensiva, y defender lo que ya se tiene. Nunca se tendrá una respuesta sobre cuál es la ideal, simplemente porque ambas son válidas y pueden dar resultados. Si hubiese una formula, una táctica, una idea de juego que siempre logre la victoria, el deporte se tornaría aburrido.
Y allí fue Málaga, en el espectacular ambiente alemán, listo para cuidar su ventaja, pero también listo para ampliarla cuando se presente la oportunidad. A la expectativa de algún contragolpe o alguna pelota parada, que le permita darle el golpe de nocaut al equipo alemán.

Los minutos pasaron, el local generó situaciones claras, no muchas, pero si de verdadero peligro para el arco del argentino Wilfredo Caballero, que respondió de maravillas cada vez que le tocó intervenir. Martin Demichelis, otro argentino, era el sostén de la defensa malagueña, que resistía ante la velocidad y habilidad de los jóvenes alemanes.                                                                                    
                   
A falta de diez minutos para el final, las variantes que dispuso Manuel Pellegrini tuvieron su resultado positivo. Eliseu, recién ingresado, puso en ventaja a la visita luego de corregir un remate que parecía, se iría desviado. ¿Lo curioso? El zurdo jugador del Málaga se encontraba en una clara posición adelantada en el momento de empujar la pelota hacia el gol. Allí, es dónde el fútbol, que ya de por si es incierto, se transforma en algo completamente impensado. Los arbitrajes, esos que están para impartir justicia, pero frecuentemente se equivocan, sin importar cuantos sean los árbitros, la importancia del partido, la magnitud de la jugada. El error del árbitro es casi un factor más dentro de este deporte. Un factor menos importante al resto, sin dudas, pero que lamentablemente, influye en los resultados finales.
Ese era el golpe de nocaut. Málaga se ponía nuevamente en ventaja, aprovechaba su situación, y a falta de apenas 10 minutos para el final, obligaba a los locales a conseguir 2 goles más, algo que, vistas las dificultades que tuvieron durante todo el partido para aproximarse al arco rival, parecía realmente imposible.




Mientras tanto, vale la pena destacar, en Turquía, el Galastasaray le ganaba 3-1 nada más, y nada menos, que al Real Madrid. Lo hacía luego de estar en desventaja. La serie había estado 0-4, y en un abrir y cerrar de ojos, pasó a estar 3-4. Incluso, hubo un gol anulado (correctamente), que podría haber dejado la llave en igualdad, pero con ventaja para los madrileños por el gol de visitante. De momento, los turcos habían conseguido 3 de los 5 goles que necesitaban, algo realmente increíble.






Pero nuestra atención se centra en Dortmund-Málaga. Allí, se acerca el tiempo cumplido. Ya se habla de la hazaña de este equipo dirigido por Manuel Pellegrini. Se habla de su anterior gloriosa campaña en Champions League, cunado dirigía al modesto Villarreal y estuvo a un paso, o más bien, a doce pasos, de meterse en la final. El conjunto español hacía historia, disputaba por primera vez el trofeo más importante de Europa, y se metía entre los 4 mejores. Tranquilamente, uno pudo haber cambiado de canal, o incluso apagar la televisión, porque sin duda alguna, estábamos en presencia del ganador de la serie.

Se cumplieron los 90 minutos reglamentarios. A estos, se le sumaron 4 más. Dortmund debería convertir 2 goles en 4 minutos, cuando sólo había hecho 1 en 180’. Todo era desesperación, empuje, amor propio. Atrás había quedado la filosofía de un ataque ordenado, lujoso, impredecible. Cuando se jugaban 91’, una serie de fallos (Demichelis, de excelente partido hasta el momento) y rebotes derivó en el empate para los alemanes. El juego estaba 2-2, pero el gol parecía ser una especie de premio consuelo. Sería casi imposible convertirle otro gol al Málaga, que a esa altura, sólo se dedicaba a defender con uñas y dientes la ventaja deportiva que tenía.
Lo correcto e ideal ante situaciones así: tener la pelota, abrir la cancha, jugar con la desesperación del rival, hacer pasar los minutos. Sin embargo, eso también es lo más complejo luego de 90 minutos de concentración extrema. La pelota, volvió rápidamente al control de los locales, que ni bien pudieron, sin pensarlo metieron la pelota al área. Allí, nuevamente tras una serie de rebotes, el brasileño Felipe Santana, abajo del arco, empujó al gol y puso el 3-2. Un gol que demostró que en el fútbol nunca nada está dicho hasta que no suena el pitido final, que hay que estar atento y preparado porque en cualquier momento, algo puede ocurrir. Quién antes había recibido el supuesto golpe de nocaut, había resurgido de las cenizas y logrado lo impensado. ¿De qué manera se convierte el gol? ¿En qué posición? En un notorio offside. Demasiado quizás, eso es lo indignante. 6 personas no pudieron ver algo que vio todo el mundo. Nunca se podrá predecir un error arbitral. No debería haberlos, pero los hay, y en cantidad. Borussia lograba la hazaña, golpeaba de la misma manera en que lo habían golpeado. Los árbitros a quién antes reprochaba, ahora agradecía.

¿Simplemente un juego? Quizás. Pero un juego que en tan solo 2 minutos nos hizo sentir millones de cosas diferentes. Nos hizo sorprender, disfrutar, amar el fútbol. Los que tenían a sus equipos implicados, seguramente nunca recordarán esa batalla futbolística por la cual sufrieron, rieron, gritaron, festejaron, volvieron a sufrir, y volvieron a festejar. El fútbol, ese que a veces, los que no lo entienden, lo subestiman. El fútbol, ese que agradecemos su existencia. El fútbol: dinámica de lo impensado.

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