0
Anochece en Fuerte Apache. La melodía de una cumbia musicaliza el primer piso de la Torre 1. Una familia se acerca a la mesa y comparte el menú austero. El final del día parece traer relax, hasta que la banda de sonido cambia de ritmo. Se oyen corridas, gritos desesperados, disparos… Segundo Tevez y Adriana Martínez toman de la mano a sus hijos y sobrinos. Escapan a una de las habitaciones del departamento, mientras el fogonazo de las balas relampaguea en la oscuridad. Al rato, el temor se disuelve y la rutina vuelve a galopar con tranquilidad. La escena queda alojada en uno de los chicos. Templa su carácter para siempre.

"La vida era así en el Fuerte. Aunque supieras que no era normal, ni estaba bien, te acostumbrabas a eso”. Carlos Tevez recuerda, años después, esa fotografía de su infancia junto a sus tíos. No hay casualidad en la elección. Las dificultades, como aquellos días en el complejo habitacional, inflan su ánimo. Ya no tiene los pies descalzos, ni patea piedras en una cancha sin pasto, pero su esencia mantiene la pureza. Nada lo hunde en los momentos turbulentos. El delantero se fortalece hasta llegar al triunfo personal. Es, en efecto, un corazón rebelde.

Hay una saga de ejemplos que demuestra el temple de Tevez en la adversidad. El último puede ubicarse en su presentación como nueva cara de Juventus. Lo reciben con la camiseta número de Alessandro Del Piero y le recuerdan sus goles, los títulos, el legado en el club. “Es un placer usar su camiseta y asumo la responsabilidad, pero yo me puse la 10 que Maradona usó en Boca”, devuelve Carlitos. Hoy, al final de la primera parte de la temporada, lleva 11 gritos con la Vecchia Signora y es el segundo goleador del Calcio, detrás de Rossi (Fiorentina), con 14 festejos. El fantasma de Del Piero sobrevuela lejos de su mente.

A cada desafío, una respuesta. “No sé de qué juega Tevez”, lo aguijonea Carlos Bianchi, al comenzar su segundo ciclo como DT de Boca. Es más, no lo incluye en el plantel que juega la primera fase de la Copa Libertadores 2003. La réplica del delantero es furiosa. Le convierte un gol a Cobreloa en cuartos de final, tres a América de Cali en las semis y uno a Santos en la definición. Cinco gritos en duelos de alto voltaje. Un sprint inolvidable que lo retrata abrazado a Bianchi, con la Libertadores en sus manos. Nada más. Nada menos.

Lo espera, a principios de 2005, el aterrizaje en el fútbol brasileño. Corinthians, un plantel dividido por los millones de dólares de su contrato y la presión mediática del presidente Lula Da Silva prometen croquetearle la cabeza y dañar su ánimo. Nada de eso, sin embargo, deja en terapia a Tevez. El cartel de la película vuelve a tenerlo como protagonista principal. Se queda con la capitanía, gana el Brasileirao y la bandera celeste y blanca ondea en manos de la torcida. Sí, en la tierra de Pelé, Ronaldo y Ronaldinho, un argentino lleva la corona futbolera.

A la conquista del torneo brasileño, le sigue la llegada a la Premier League tras el Mundial 2006. Primero evita el descenso con West Ham, Alex Ferguson lo observa de cerca y pide su contratación. Ni las seis fechas sin goles bloquean el ánimo de Tevez. De a poco, suma rodaje, festeja la Champions League contra Chelsea y cierra 2008 con la vuelta en el Mundial de Clubes. Eso no frena su impulso por seguir entre los titulares y la contratación del búlgaro Berbatov lo enfrenta al mito: “Me sentí triste y menospreciado después de darlo todo por el equipo y ver cómo el DT no era capaz de decirme nada. Ferguson me engañó”.

Es una factura verbal. El puñal llega más tarde y se cristaliza con su llegada al Manchester City. La rivalidad, con críticas e insultos incluidos, encienden el motor de Tevez. Entra en combustión con dos goles al United y festejos desafiantes ante Ferguson. Y desplanta, también, a Roberto Mancini, su DT de turno, tras negarse a entrar ante Bayern Munich. “Conmigo no juega más”, avisa el italiano. A su mesa lo llaman y, meses después, el argentino termina entre los titulares que le dan el City el título de la Premier League después de 44 años.

Aquella escena de Fuerte Apache lo impulsa en la vida diaria. Hoy quiere volver a la Selección y reclama una oportunidad. Sabella, mientras tanto, hace silencio. El avión rumbo a Brasil parece tener todos los asientos ocupados, pero todavía está lejos del despegue. Y en la puerta de embarque asoma Tevez. El futbolista con barro en el rostro y bisturí en los botines. El hombre con cabeza de acero. Y corazón rebelde.


Publicar un comentario